Cap. 9 Las Escrituras y El Gozo A. W. Pink

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Cap. 9
Las Escrituras y El Gozo


Los impíos van siempre en busca del gozo, y no lo encuentran: se afanan y
desazonan en su búsqueda, pero es en vano. Sus corazones se apartan del
Señor, buscan el gozo aquí abajo, donde no se encuentra; rechazan la
sustancia v con diligencia persiguen la sombra, la cual se burla de ellas. Es el
decreto soberano del cielo que nada puede hacer a los pecadores felices
excepto Dios en Cristo; pero esto no quieren creerlo, y por ello van de
criatura en criatura, de una cisterna rota a la otra, inquiriendo donde puede
ser hallado verdadero gozo. Cada cosa mundana que les atrae les dice: se
encuentra en mí, pero pronto se ven decepcionados. Sin embargo, siguen
buscando hoy en la misma cosa que les decepcionó ayer. Si después de
muchas pruebas descubren el vacío de un objetivo de la palabra del Señor:
«El que bebe de esta agua volverá a tener sed».
Yendo ahora al otro extremo: hay algunos cristianos que suponen que
gozarse es pecado. No hay duda que muchos lectores se sorprenderán de oír
esto, pero que se alegren que ellos han sido criados en un ambiente más
soleado, y tengan paciencia mientras platicamos con otros que han sido
menos favorecidos. A algunos se les ha enseñado que es una obligación el
estar sombrío, no ya tanto por inculcación directa, sino por implicación y con
el ejemplo. Se imaginan que los sentimientos de gozo son producidos por el
demonio que se les aparece como un ángel de luz. Llegan a la conclusión de
que es casi una especie de maldad el ser feliz en un mundo de pecado tal
como éste en que se hallan. Creen que es presunción gozarse en saber que
su pecados han sido perdonados y si ven a algunos cristianos jóvenes que lo
hacen les dicen que no tardarán mucho en estar anegándose en el Pantano
del Desespero. A los tales con cariño les instamos a que lean el resto del
presente capítulo considerándolo en oración. «Estad siempre gozosos» (1ª
Tesalonicenses 5:16). No puede haber peligro en hacer lo que Dios nos
manda. El Señor no ha prohibido el regocijarse. ¡No! es Satán el que se
esfuerza por que colguemos las arpas. No hay ningún precepto en la
Escritura que diga: «Afligíos en el Señor siempre, y otra vez os digo que os
aflijáis». En cambio hay la exhortación que nos manda: «Alegraos, oh justos,
en Jehová; a los rectos les va bien la alabanza» (Salmo 33:l). Lector, si eres
un cristiano real (y ya es hora de que te hayas puesto a prueba por la
Escritura y hayas aclarado este punto), entonces Cristo es tuyo, y todo lo
suyo es tuyo. Te manda: «Comed, amigos; bebed en abundancia, oh
amados» (Cantares 5:1): el único pecado que podéis cometer contra su
banquete de amor es retraeros e inhibiros. «Se deleitará vuestra alma con lo
más sustancioso» (Isaías 55:2) se dice no sólo de los santos en el cielo sino
de los que están aún en la tierra. Esto nos conduce a decir:
1. Nos beneficiamos de la Escritura cuando nos damos cuenta de que el gozo
es un deber. «Gozaos en el Señor siempre; otra vez digo: ¡Regocijaos!»
(Filipenses 4:4). La Sagrada Escritura habla aquí de regocijarse como un
deber personal, presente y permanente para el pueblo de Dios. El Señor no
nos ha dejado a nosotros el que escojamos si queremos estar contentos o
tristes, sino que ha hecho de la felicidad algo imperativo* El no regocijarse
es un pecado de omisión. La próxima vez que encuentres un creyente
radiante no se lo eches en cara, tú, habitante del Castillo de la Duda; al
contrario, tú mismo tienes que vapulearte: en vez de estar dispuesto a poner
en duda la fuente divina de la alegría del otro, júzgate a ti mismo por tu
estado luctuoso.
No es carnal el gozo que te instamos a que disfrutes, por lo cual se quiere
decir que no procede de fuentes carnales. Es inútil buscar el gozo en las
riquezas terrenas, porque con frecuencia extienden las alas y se alejan.
Algunos buscan su gozo en el círculo de familia, pero esto permanece sólo
durante unos pocos años. No, si queremos «gozarnos siempre» debemos
hacerlo en un objeto que sea permanente. No nos referimos a un gozo
fanático. Hay algunos con naturalezas hábiles a la emoción que son sólo
felices cuando se hallan excitados; pero, la reacción es terrible. No, aquí se
trata de un deleite del corazón en Dios mismo, inteligente, sobrio, firme.
Cada atributo de Dios, cuando es contemplado por la fe, hará que cante el
corazón. Cada doctrina del Evangelio, cuando ha sido captada
verdaderamente, dará lugar a más alegría y alabanza.
El gozo está en la línea del deber para el cristiano. Quizá algún lector dirá:
Mis emociones de gozo y pena no las puedo controlar; no puede evitar el
estar contento o triste, según dictan las circunstancias. Pero, repetimos
«Gozaos en el Señor» es un mandato divino, y la obediencia, en gran parte,
se encuentra en nuestro poder. Y soy responsable del control de mis
emociones. Es verdad que no puedo evitar estar triste en presencia de
pensamientos que causan tristeza, pero puedo rehusar a la mente el
entretenerlos, hasta cierto punto. Puedo verter hacia afuera mi corazón para
hallar alivio en el Señor, y poner mi carga sobre El. Puedo buscar su gracia
para meditar en su bondad, sus promesas, el glorioso futuro que me aguarda.
Y puedo decidir si puedo salir y estar bajo la luz, o esconderme en la sombra.
El no regocijarse en el Señor es más que una desgracia, es una falta que
tenemos que confesar y suprimir.
2. Nos beneficiamos de la Palabra cuando aprendemos el secreto del
verdadero gozo. Este secreto se revela en 1ª Juan 1:3,4: «Nuestra comunión
verdaderamente es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo. Os escribimos
estas cosas para que vuestro gozo sea completo.» Cuando consideramos lo
insignificante que es nuestra comunión con Dios, lo superficial que es, no es
de maravillarse que tantos cristianos carezcan de gozo. A veces cantamos:
«Día feliz en que escogí servir a mi Señor y Dios. ¡Mi corazón debe sentir y
publicar su eterno amor!» Sí, pero esta felicidad debe ser mantenida como
una ocupación permanente del corazón y la mente con Cristo. Sólo donde
hay mucha fe y el amor que le sigue hay también mucho gozo.
«Gozaos en el Señor siempre.» No hay otro objetivo en el cual nos podamos
regocijar «siempre». Todo lo demás varía y es inconstante. Lc que nos
complace hoy palidece mañana. Pero, el Señor es siempre el mismo, y
podemos regocijar nos en El en los períodos de adversidad lo mismo que en
la prosperidad. Podemos añadir a esto el versículo siguiente: «Vuestra
mesura sea conocida de todos los hombres. El Señor está cerca» (Filipenses
4:5). Sed templados en relación con las cosas externas; no os dejéis llevar
por aquellas que son más placenteras, ni tampoco sentíros abrumados
cuando son desagradables. No os exaltéis cuando el mundo os sonríe ni
perdáis ánimo cuando frunce el ceño. Mantened una indiferencia estoica a las
comodidades externas; ¿por qué hay que estar tan ocupado con estas cosas
cuando el mismo Señor está «a la mano»? Si la persecución es violenta, las
pérdidas temporales gravosas, el Señor está cerca, El es «nuestro pronto
auxilio en las tribulaciones» (Salmo 46: l), dispuesto a ayudarnos y
socorrernos si nos echamos en su regazo. El cuidará de nosotros, para que
no estemos «inquietos por nada» (Filipenses 4:6). Las personas mundanas
están atosigadas por los cuidados como la madera por la carcoma, pero no
ha de ser así para el cristiano.
«Estas cosas os he hablado, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro
gozo sea cumplido» (Juan 15:1l). Cuando meditamos en estas preciosas
palabras de Cristo y las atesoramos en el corazón, no pueden por menos de
producir gozo. Un corazón que se regocija es el resultado en un conocimiento
creciente del amor y verdad de Jesucristo. «Fueron halladas tus palabras, y
yo las comí; y tus palabras fueron para mí el gozo y la alegría de mi
corazón.» (Jeremías 15:16). Sí, es al alimentarnos de las palabras del Señor
que el alma se refuerza, y regocija, y la hace cantar y alegrarse en el
corazón.
«Entraré al altar de Dios, al Dios de mi alegría y de mi gozo; y te alabaré con
arpa, oh Dios, Dios mío» (Salmos 43:4). Como dijo Spurgeon: «Los
creyentes deberían acercarse a Cristo con exultación, porque El es más de lo
que era el altar para el Salmista. Una luz más clara debería dar mayor
intensidad de deseo. No era por el altar en sí que se interesaba David,
porque no era creyente que siguiera las tendencias paganas del ritualismo:
su alma deseaba comunión espiritual, comunión con Dios mismo en verdad.
¿Para qué sirven todos los ritos del culto a menos que el Señor se halle en
él? ¿Qué son, en realidad sino cáscaras vacías? ¡Notemos el santo
entusiasmo con que David contempla al Señor! No es sólo su gozo, es su
gozo en alto grado; no sólo es su fuente de gozo, el dador del gozo, el
sostenedor del gozo, es el "gozo mismo". Mi alegría y mi gozo, es decir, el
alma, la esencia, las mismas entrañas de mi gozo.»
«Aunque la higuera no florezca, ni en las vides haya frutos, aunque falte el
producto del olivo, y los labrados no den mantenimiento, y las ovejas falten
en el aprisco, y no haya vacas en los establos, con todo, yo me alegraré en
Jehová, y me regocijaré en el Dios de mi salvación» (Habacuc 3:17,18). Esto
es algo que la persona mundana no conoce; ¡y por desgracia, es una
experiencia extraña también a muchos cristianos profesos! Es en Dios que
tenemos la fuente de nuestro gozo espiritual y permanente; es de El que
fluya. Esto lo reconocía desde muy antiguo la iglesia cuando decía: «Todas
mis fuentes están en ti». (Salmo 87:7). ¡Feliz el alma que ha aprendido este
secreto!
3. Nos beneficiamos de la Palabra cuando nos enseña el gran valor del gozo.
El gozo es para e alma lo que las alas para el pájaro, que le permiten volar
por encima de la superficie de la tierra. Esto lo pone claro Nehemías 8: 10:
«El gozo del Señor es mi fortaleza». Los días de Nehemías marcaron un
cambio de rumbo en la historia de Israel. Había sido liberado un remanente
del pueblo, cautivo en Babilonia, y había regresado a Palestina. La Ley, que
había sido prácticamente desconocida por los exiliados, ahora volvía a ser
establecida como la regla de la comunidad recientemente formada. Había un
recuerdo vivo de los muchos pecados del pasado, y las lágrimas, como es
natural, se mezclaban con el agradecimiento de que volvieran a ser una
nación, teniendo un cultivo divino y una Ley divina en medio de ellos. Su
caudillo, conociendo muy bien que si el espíritu del pueblo empezaba a
flaquear no podían hacer frente a las dificultades de su posición y vencerlas,
les dijo: «Este es un día santo a Jehová nuestro Dios; no os entristezcáis ni
lloréis; (porque todo el pueblo lloraba oyendo las palabras de la Ley).
Comed... bebed..., porque el gozo de Jehová es vuestra fuerza.»
La confesión del pecado y el lamentarse por el mismo tienen su lugar, y la
comunión con Dios no puede ser mantenida sin ellos. Sin embargo, cuando
ha tenido lugar el verdadero arrepentimiento, y las cosas han sido puestas
en orden con Dios, hemos de olvidar «las cosas que fueron antes» (Filipenses
3:13). Y hemos de seguir adelante con alegría y gozo en nuestro corazón.
¡Cuán pesados son los pasos de aquel que se acerca al lugar en que se
encuentra un amado que yace en la fría muerte! ¡Cuán enérgicos son los
movimientos del que se apresura al encuentro de la esposa! Las
lamentaciones nos hacen poco aptos para las batallas de la vida. Donde hay
falta de esperanza ya no hay pronto poder para la obediencia. Si no hay gozo
no puede haber adoración.
Queridos lectores, hay tareas que deben ser ejecutadas, servicios que hay
que rendir, tentaciones a vencer, batallas que ganar; y nosotros nos
hallamos en forma para atacar esta tarea sólo si nuestros corazones se
regocijan en el Señor. Si nuestras almas descansan en Cristo, si nuestros
corazones están llenos de alegría sosegada, nuestro trabajo será fácil, los
deberes agradables, la pena tolerable, la resistencia posible. Ni los recuerdos
contritos de los errores pasados, ni las resoluciones vehementes bastarán a
llevarnos a la victoria. Si el brazo ha de dar golpes vigorosos, debe darlos
impulsado por un corazón alegre. Del Señor mismo se dice: «El cual por el
gozo puesto delante de él soportó la cruz, menospreciando el oprobio»
(Hebreos 12:2).
4. Nos beneficiamos de la Palabra cuando nos fijamos en la raíz del gozo. La
fuente del gozo es la fe: «Y el Dios de la esperanza os llene de todo gozo y
paz en el creer, para que abundéis en la esperanza por el poder del Espíritu
Santo». (Romanos 15:13). Hay una maravillosa provisión en el Evangelio
tanto por lo que nos proporciona a nosotros como por lo que quita de
nosotros, en cuanto a calma y ardor en el corazón del cristiano. Quita la
carga de la culpa, al hablar palabras de paz a la conciencia abatida. Quita el
terror de Dios y de la muerte que pesa en el alma que está bajo condenación.
Nos da a Dios mismo como porción del corazón, como objeto de nuestra
comunión. El Evangelio obra gozo, porque el alma está en paz con Dios. Pero,
estas bendiciones pasan a ser nuestras sólo por medio de una apropiación
personal. La fe debe recibirlas y, cuando lo hace, el corazón se llena de paz y
gozo. Y el secreto de un gozo sostenido es mantener abierto e cauce, para
que continúe como empezó. Es incredulidad que atasca el cauce. Si hay tan
poco calor aplicado a la base del termómetro no es de extrañar que el
mercurio indique un grado baje de temperatura. Si hay una fe débil, el gozo
no puede ser fuerte. Debemos orar diariamente para obtener una nueva
comprensión de la maravilla que es el Evangelio, una nueva apropiación de
su bendito contenido; y entonces habrá una renovación de nuestro gozo.
5. Nos beneficiamos de la Palabra cuando tenemos cuidado de mantener
nuestro gozo. El «gozo en el Espíritu Santo» es algo por complete distinto de
la efervescencia natural del espíritu Es el producto del Consolador morando
en nuestros corazones, revelándonos a Cristo, respondiendo a toda nuestra
necesidad de perdón y purificación, y poniéndonos en paz con Dios; y
formando a Cristo en nosotros, de modo que El reine en nuestras almas y
nos sujete a su control. No hay circunstancias de pruebas o tentaciones en
las cuales tengamos que abstenernos del gozo, porque la orden es: «Gozaos
en el Señor siempre». El que nos dio esta orden conoce a fondo el lado
sombrío de nuestras vidas, los pecados y aflicciones que nos acosan, la
«mucha tribulación», por la que hemos de pasar para entrar en el reino de
Dios. La alegría natural se desvanece cuando aparecen las pruebas y
dificultades, los sufrimientos de la vida no son compatibles con ella. Pronto
muere cuando perdemos los amigos o la salud. Pero el gozo al que se nos
exhorta no está limitado a ningún grupo de circunstancias o tipo de
temperamento; ni fluctúa con nuestro humor o nuestra fortuna.
La naturaleza puede hacer valer sus derechos en todos sus súbditos. Incluso
Jesús lloró ante la tumba de Lázaro. Sin embargo, podemos exclamar con
Pablo: «Como entristecidos, mas siempre gozosos» (2ª Corintios 6: 10). El
cristiano puede estar cargado con graves responsabilidades, su vida puede
tener fracasos y más fracasos, sus planes pueden ser hechos añicos y sus
esperanzas marchitarse, la tumba puede cerrarse sobre sus amados, amados
que eran su alegría y dulzura, y con todo, bajo todas estas penas y
aflicciones, el Señor todavía la manda que se goce. He ahí a los apóstoles en
la prisión de Filipos, en el calabozo más profundo, con los pies en el cepo,
sus espaldas sangrando de los azotes salvajes que habían recibido. ¿En qué
se ocupaban? En lamentarse y gemir. ¡No! A medianoche Pablo y Silas
oraban y cantaban alabanzas a Dios (Hechos 16:25). No había pecado en sus
vidas, eran obedientes, y por ello el Espíritu Santo tenía libertad para
ofrecerles las riquezas de Cristo de las que su corazón estaba rebosando. Si
hemos de mantener el gozo, hemos de abstenernos de agraviar al Espíritu
Santo.
Cuando Cristo reina supremo en el corazón, el gozo lo llena. Cuando El es el
Señor de todo deseo, la Fuente de todo motivo, el Subyugador de toda
concupiscencia, entonces habrá gozo en el corazón y alabanza en los labios.
La posesión de esto implica el tomar la cruz a cada hora del día; Dios ha
ordenado las cosas de tal forma que no podemos tener lo uno sin lo otro. El
sacrificio personal, el «cortar la mano derecha, o sacar el ojo derecho»,
según la figura de Cristo, son las avenidas por las que el Espíritu entra en el
alma trayendo con El los gozos de Dios: su sonrisa de aprobación y la
seguridad de su amor y presencia permanente. Mucho depende también del
espíritu con que hacemos frente al mundo cada día. Si esperamos que se nos
acaricie, la decepción no tardará en llegar. Si deseamos que ministren a
nuestro orgullo, pronto nos sentiremos abatidos. El secreto de la felicidad es
el olvidarnos de nosotros mismos y el ministrar a la felicidad de los otros.
«Más bienaventurada cosa es dar que recibir.» De modo que hay más
felicidad en ministrar a los otros que en ser servido por ellos.
6. Nos beneficiamos de la Palabra cuando somos vigilantes en evitar los
obstáculos al gozo. ¿Por qué muchos cristianos tienen tan poco gozo? ¿No
son todos ellos hijos de la luz y del día? El término «luz» que se usa con
tanta frecuencia en las Escrituras, nos describe la naturaleza de Dios,
nuestras relaciones con El y nuestro futuro destino, es altamente sugestivo
de gozo y alegría. ¿Qué otra cosa en la naturaleza es tan beneficiosa y
hermosa como la luz? «Dios es luz y en El no hay ninguna tinieblas» (1ª Juan
1: 5). Es sólo cuando andamos con Dios, en la luz, que nuestro corazón
puede sentirse verdaderamente gozoso. Es el permitir voluntariamente cosas
que entorpecen nuestra comunión con El que enfría y oscurece nuestras
almas. Es la indulgencia de la carne, el confraternizar con el mundo, el entrar
por sendas prohibidas, que harán, marchitar nuestras vidas espirituales y nos
privarán del gozo.
David tuvo que exclamar: «Restáurame el gozo de mi salvación» (Salmo
51:12). Había aflojado, se había vuelto indulgente. Se había presentado la
tentación y no la había podido resistir. Cedió y un pecado acarreó otro. Se
había apartado, había perdido contacto con Dios. El pecado no confesado
gravitaba pesadamente en su conciencia. Oh, hermanos y hermanas, si
hemos de ser librados de caídas semejantes, si no hemos de perder nuestro
gozo, hemos de negar nuestro yo, los afectos y conscupiscencias de la carne
deben ser crucificados. Hemos de estar siempre alerta contra la tentación.
Hemos de pasar mucho tiempo de rodillas. Hemos de beber con frecuencia
en la Fuente de agua viva. Hemos de permanecer en la presencia del Señor.
7. Nos beneficiamos de la Palabra, cuando mantenemos un equilibrio entre el
gozo y la pena. Si la fe del cristiano tiene una decidida aptitud para producir
gozo, tiene también una tendencia igual a producir aflicción: una aflicción
que es solemne, varonil, noble. «Como entristecidos, mas siempre gozosos»
(2ª Corintios 6:10) es la regla de la vida del cristiano. Si la fe proyecta su luz
sobre nuestra condición, nuestra naturaleza, nuestros pecados, la aflicción ha
de ser uno de los efectos resultantes. No hay nada más despreciable en sí,
no hay peor marca de superficialidad en el carácter que una alegría sin
matices, irresponsable, que no descansa en fundamentos de aflicción
profunda, paciente; aflicción porque sabemos lo que somos y lo que
deberíamos ser; pena porque al mirar alrededor nuestro vemos el fuego del
infierno, detrás del jolgorio y algazara prevalecientes, y sabemos a dónde va
a parar todo esto, hacia dónde se dirigen los que se divierten en ella.
El que estaba ungido con el óleo del gozo «más que nuestros compañeros»
(Salmo 45:7), fue también el «varón de dolores, experimentado en
quebrantos». Y los dos aspectos de su carácter (en cierta medida) se repiten
en las operaciones del Evangelio sobre cada corazón que le recibe. Y si, por
una parte, a causa de los temores de que nos libra y de las esperanzas que
nos inspira, y la comunión a que nos introduce, somos ungidos con el óleo de
la alegría; por otra parte, a ’ causa del sentimiento que nos produce de
nuestra ruindad, y el conflicto que sentimos entre la carne y el Espíritu, hay
infundida en nosotros tristeza, de la cual es muestra la expresión:
«¡Miserable hombre de mí!» (Romanos 7:24). Las dos, tristeza y alegría, no
son contradictorias, sino complementarias. El Cordero Pascual debe ser
comido con «hierbas amargas» (Exodo 12:8).

1 comentarios:

  1. Laura says:

    Gracias por compartir el mensaje, bendiciones.