Cap. 8 Las Escrituras y Las Promesas A. W. Pink

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Cap. 8
Las Escrituras y Las Promesas

Las promesas divinas dan a conocer lo que constituye la buena voluntad de
Dios para su pueblo para concederle las riquezas de su gracia. Son el
testimonio externo de su corazón, que desde la eternidad los ama y ha
preordenado todas las cosas para ellos y referente a ellos. En la persona y
obra de su Hijo, Dios ha hecho una provisión completa para su salvación,
tanto en el tiempo como en la eternidad. A fin de que puedan tener un
conocimiento espiritual, claro y verdadero del mismo, ha complacido al Señor
ponerlo delante de ellos en las maravillosas y grandes promesas que están
esparcidas por todas las Escrituras como otras tantas y gloriosas estrellas en
el glorioso firmamento de la gracia; por medio de las cuales puedan recibir la
seguridad de la voluntad de Dios en Jesucristo respecto a ellos, y tomar
santuario en El respecto a estas promesas, y por este medio tener una
comunión real con El en su gracia y misericordia en todo tiempo, no importa
cuáles sean su caso o circunstancias.
Las promesas divinas son otras tantas declaraciones para conceder algún
bien o eliminar algún mal. Como tales son un bendito hacer, conocer y
manifestar el amor de Dios para su pueblo. Hay tres pasos en relación con el
amor de Dios: primero, su propósito interno de ejercitarlo; el último, la real
ejecución de este propósito; pero en medio hay el dar a conocer este
propósito a los beneficiarios del mismo. En tanto que el amor está escondido
nadie puede ser confortado por el mismo. Ahora bien, Dios que es «amor» no
sólo ama a los suyos y no sólo les manifestará su amor con plenitud a su
debido tiempo, sino que entretanto nos tiene informados de sus
benevolentes designios, para que podamos descansar reposados en su amor,
y sentirnos confortado! por sus promesas seguras. Por ello podemos: decir: «
¡Cuán preciosos me son, oh Dios, tus pensamientos! ¡Cuán grande es la
suma de ellos!» (Salmo 139:17).
En 2ª Pedro 1:4, se habla de las promesas divinas como’«preciosas y
grandísimas ». Como dijo Spurgeon: «La grandeza y la preciosidad van
raramente juntas, pero en este caso van unidas en un grado muy elevado.»
Cuando Jehová se complace en abrir su boca y revelar su corazón, lo hace de
una manera digna de El, en palabras de poder y riqueza superlativas. Para
citar de nuevo al querido pastor de Londres: «Vienen del gran Dios, van a
grandes pecadores, obran grandes resultados, y tratan de asuntos de gran
importancia.» Mientras que el intelecto natural es capaz de percibir buena
parte de su grandeza, sólo los que tienen el corazón renovado pueden
saborear su inefable preciosidad, y decir con David: «Cuán dulces son a mi
paladar tus palabras, más que la miel a mi boca» «Salmo 119:103).
1. Nos beneficiamos de la Palabra, cuando percibimos á quienes pertenecen
las promesas. Están disponibles sólo para aquellos que son de Jesús.
«Porque todas las promesas del Señor Jesús son en él, sí, y en el, Amén» (2ª
Corintios 1:20). No puede haber relación entre el Dios Trino y la criatura
pecadora, excepto por medio de un Mediador que le ha satisfecho a favor
nuestro. Por tanto este Mediador debe recibir de Dios todo el bien para su
pueblo, y ellos deben recibirlo, de segunda mano, procedente de El. Un
pecador puede pedir a un árbol con la misma eficacia que si pidiera a Dios si
es que desprecia y rechaza a Cristo.
Tanto las promesas como las cosas prometidas son entregadas al Señor
Jesús y transmitidas a los santos a través de El. «Y ésta es la promesa que El
nos hizo, la vida eterna.» (1ª Juan 2:25), y cómo la misma epístola nos dice:
«Y esta vida está en su Hijo» (5:11). Siendo así, ¿qué bien pueden sacar
aquellos que no están todavía en Cristo? Ninguno. Una persona que no está
en contacto con Jesús no recibe el favor de Dios, sino al contrario, está bajo
su Ira; su porción no son las promesas divinas, sino las advertencias y
amenazas. Es una solemne consideración el que aquellos que están «sin
Cristo», «están excluidos de la ciudadanía de Israel, y son extranjeros en
cuanto a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo«
(Efesios 2:12). Sólo los hijos de Dios son «los hijos de la promesa»
(Romanos 9:8). Asegúrate, lector amigo, de que tú eres uno de ellos.
¡Cuán terrible, pues, es la ceguera y cuán grave es el pecado de aquellos
predicadores que indiscriminadamente aplican las promesas de Dios a los
salvos y a los no salvos! No sólo están quitando el «pan de los hijos», y
echándolo a los perritos», sino que están «adulterando la palabra de Dios»
(2ª Corintios 4:2) y engañando a las almas inmortales. Y aquellos que
escuchan y les prestan atención son pocos menos culpables, porque Dios les
hace a todos responsables de escudriñar las Escrituras por sí mismos, y
poner a prueba todo lo que leen u oyen, bajo este criterio infalible. Si son
demasiado perezosos para hacerlo, y prefieren seguir a ciegas a sus guías
ciegos entonces que su sangre sea sobre su cabeza. La verdad ha de ser
«comprada» (Proverbios 23:23) y aquellos que no están dispuestos a pagar
el precio deben quedarse sin ella.
2. Nos beneficiamos de la Palabra, cuando trabajamos para hacernos
nuestras las promesas de Dios. Para conseguirlo primero debemos tomarnos
el trabajo de familiarizarnos realmente con ellas. Es sorprendente cuántas
promesas hay en las Escrituras, de las que los santos no santos no tienen la
menor idea, mucho más, por cuanto ellas son el peculiar tesoro de los
creyentes, la sustancia de la herencia de fe que reside en ellos.
Verdaderamente, los cristianos ya son los recipientes de bendiciones
maravillosas, sin embargo, el capital de su riqueza, lo más importante de su
patrimonio, está sólo en el futuro. Han recibido un anticipo, pero la mejor
parte de lo que Cristo tiene para ellos se halla todavía en la promesa de Dios.
Cuán diligentes, pues, deberíamos ser en el estudio de su testamento, y
última voluntad, familiarizándose con las buenas nuevas que el Espíritu «ha
revelado» (1ª Corintios 2:10) y procurando hacer inventario de sus tesoros
espirituales.
No sólo debo buscar en las Escrituras para encontrar lo que me ha sido
entregado por medio del pacto eterno, sino también meditar sobre las
promesas, revisarlas una y otra vez mentalmente y pedir a Dios que me dé
entendimiento espiritual de las mismas. La abeja no podría extraer miel de
las flores si sólo se limitara a contemplarlas. Tampoco el cristiano sacará
ningún consuelo o fuerza de las divinas promesas hasta que su fe eche mano
y penetre el corazón de las promesas. Dios no nos ha dado la seguridad que
el indulgente será alimentado, sino que ha declarado: «el alma de lo
diligentes será prosperada» (Proverbios 13:4). Por tanto, Cristo dijo:
«Trabajad no por la comida que perece, sino por la comida que permanece
para vida eterna» (Juan 6:27). Sólo cuando la promesas son atesoradas en
la mente, el Espíritu nos las recuerda en aquellos momentos de des mayo
cuando mas las necesitamos.
3. Nos beneficiamos de la Palabra cuando re conocemos el bendito alcance
de las promesas de Dios. «Hay como una afectación que impide a algunos
cristianos el vivir y explorar la religión como algo que pertenece a lo común y
corriente de la vida. Es para ellos algo trascendental y de ensueño; más bien
una creación piadosa más o menos irreal, que una cosa de hechos, tangible
Creen en Dios, a su manera, para las cosas espirituales, y para la vida
futura; pero se olvidan totalmente que la verdadera piedad tiene la promesa
de la vida presente, lo mismo que la venidera. Para ellos sería casi una
profanación el orar acerca de los pequeños negocios y asuntos de la vida.
Quizá se sorprenderían si me atreviera a sugerirles que esto hace dudosa la
realidad de su fe. Si no puede darles apoyo en las pequeñas tribulaciones de
la vida, ¿les va a ser de algún valor en las grandes tribulaciones de la
muerte?» (C. H. Spurgeon.)
«La piedad para todo aprovecha, pues tiene promesa de esta vida presente y
de la venidera» (1ª Timoteo 4:8). Lector, ¿crees esto, que las promesas de
Dios cubren todos los aspectos y particulares de tu vida diaria? ¿0 quizá te
han descarriado los «dispensacionalistas», haciéndote creer que el Antiguo
Testamento pertenece sólo a los judíos, carnales, y que «nuestras promesas»
se refieren sólo a las cosas espirituales y no a las materiales? ¡Cuántos
cristianos han obtenido consuelo de «no te dejaré ni te desampararé»I
(Hebreos 13:5). Bueno, pues, esto no es más que una cita que procede de
Josué 1: 5. De la misma manera, 2ª Corintios 7:1 habla de «teniendo estas
promesas», pero una de ellas, referida en 6:18, ¡se encuentra en el libro de
Levítico! Quizás alguien preguntará: «¿Dónde se puede establecer una línea
divisoria? ¿Cuáles promesas del Antiguo Testamento me pertenecen de modo
legítimo?» Corno respuesta vemos que el Salmo 84: 11 declara: «Porque sol
y escudo es Jehová Dios; gracia y gloria dará Jehová. No quitará el bien a los
que andan en integridad.» Si tú andas realmente «en integridad» estás
autorizado para apropiarte esta bendita promesa y contar con que el Señor
te dará «gracia y gloria y el bien» que requieras de El. «Mi Dios suplirá a
todas vuestras necesidades» (Filipenses 4:19). Por tanto si hay una promesa
en alguna parte de su Palabra que se ajusta a tu caso y situación presente,
hazla tuya como apropiada a tu «necesidad». Resiste firmemente todo
intento de Satán de robarte alguna parte de la Palabra del Padre.
4. Nos beneficiamos de la Palabra cuando hacernos una distinción apropiada
entre las promesas de Dios. Muchos cristianos son culpables de hurto
espiritual, por lo cual quiero decir que se apropian algo que no les pertenece,
pero que pertenece a otro. «Algunos acuerdos del pacto hecho con el Señor
Jesús en cuanto a sus elegidos y redimidos, no están sujetos a ninguna
condición por lo que se refiere a nosotros; pero muchas otras valiosas
promesas del Señor contienen estipulaciones que deben ser atendidas
cuidadosamente, pues de otro modo no podemos obtener la bendición. Una
parte de la diligente búsqueda del lector debe dirigirse a este punto tan
importante. Dios guardará la promesa que te ha hecho; con tal que tú tengas
cuidado de observar las condiciones en que se te ha hecho el acuerdo. Sólo
cuando cumplimos los requisitos de una promesa condicional podemos
esperar que la promesa nos sea cumplida» (C. H. Spurgeon).
Muchas de las promesas divisas son dirigidas a personas o tipos de personas
específicos, o, hablando con más precisión, a gracias particulares. Por
ejemplo, en le Salmo 25:9, el Señor declara que El «encaminará a los
humildes por el juicio», pero si estoy fuera de comunión con El, si estoy
siguiendo el curso «de mi voluntad propia, si mi corazón es altivo, entonces
no estoy justificado si me apropio el consuelo de este versículo. Otra vez, en
Juan 15:7, el Señor nos dice: «Si permanecéis en mí, y mis palabras
permanecen en vosotros, pedid todo lo que querais y os será hecho.» Pero, si
no estoy en comunión de experiencia con El, sí sus mandamientos no regulan
mi conducta, mis oraciones no van a ser contestadas. Aunque las promesas
proceden de la pura gracia, hemos de recordar siempre que la gracia reina
«por medio de la justicia» (Romanos 5:21) y que nunca es puesta de lado la
responsabilidad humana. Si no hago caso de las leyes que se refieren a la
higiene, no debo sorprenderme si la enfermedad me impide disfrutar de
muchas de sus misericordias temporales: de la misma manera, si dejo de
lado sus preceptos sólo puedo acusarme a mí mismo si dejo de recibir el
cumplimiento de muchas de sus promesas.
Que nadie piense que con sus promesas Dios se ha obligado a no hacer caso
de los requerimientos de su santidad: El nunca ejerce ninguna de sus
perfecciones a expensas de otra. Y no nos imaginemos que Dios magnificaría
la obra sacrificial de Cristo si concediera los frutos de la misma a almas
descuidadas e impenitentes. Hay un equilibrio de la verdad que debe ser
preservado aquí; que por desgracia se pierde con frecuencia y bajo la idea de
exaltar la gracia divina los hombres son «conducidos a la lascivia». Con
cuánta frecuencia se cita el versículo: «Llámame en el día de la angustia: yo
te libraré» (Salmo 50:15). Pero el versículo empieza con «Y», y antes de las
precedentes palabras dice al final del versículo anterior: «Paga tus votos al
Altísimo». Otra vez, con qué frecuencia se hace énfasis en «Te haré entender
y te enseñaré el camino en que debes andar; sobre ti fijaré mis ojos».
(Salmo 32:8) por parte de personas que no prestan atención al contexto. Y
en este caso, tenemos una promesa de Dios a aquel que ha confesado su
«transgresión» al Señor (versículo 5). Si, pues, no he confesado el pecado
que tengo en la conciencia, y me he apoyado en la carne o buscado la ayuda
de mi prójimo en vez de procurarme la de Dios (Salmo 62:5), entonces no
tengo derecho a contar con la guía divina y su ojo fijo en mí -puesto que esto
implica que estoy andando en íntima comunión con El, porque no puedo ver
el ojo de otro si está lejos de mí.
5. Nos beneficiamos de la Palabra cuando nos hace posible que las promesas
de Dios sean nuestro apoyo y fortaleza. Esta es una de las razones por las
que El nos las ha dado; no sólo manifestar su amor haciéndonos conocer sus
designios benévolos, sino también consolar nuestros corazones y desarrollar
nuestra fe. Si le hubiera agradado, Dios podría habernos concedido sus
bendiciones sin habérnoslo hecho saber. El Señor podría habernos concedido
su misericordia, que necesitamos, sin haberse comprometido a hacerlo. Pero,
en este caso no habríamos sido creyentes; la fe sin una promesa sería como
un pie sin suelo en qué apoyarse. Nuestro tierno Padre planeó que
gozáramos de sus dones por partida doble: primero por la fe, después en el
goce directo de lo concedido. De este modo aparta nuestros corazones
sabiamente de las cosas que se ven y perecen y nos atrae hacia arriba y
adelante, a las cosas que son espirituales y eternas.
Si no hubiera promesas no habría fe ni tampoco esperanza. Porque la
esperanza es el contar con que poseeremos las cosas que Dios ha declarado
que nos daría. La fe mira hacia la Palabra que promete; la esperanza mira a
la ejecución de la promesa. Así fue con Abraham: «El creyó en esperanza
contra esperanza, para llegar a ser padre de muchas gentes, conforme a lo
que se le había dicho... y no se debilitó en la fe al considerar su cuerpo, que
ya estaba como muerto (siendo de casi cien años), o la esterilidad ante la
promesa de Dios, sino que se fortaleció en fe, dando gloria a Dios» (Romanos
4:18-20). Lo mismo fue con Moisés: «Teniendo por mayores riquezas el
vituperio de Cristo que los tesoros de los egipcios; porque tenía puesta la
mirada en el galardón» (Hebreos 11:26). Lo mismo con Pablo: «Porque yo
confío en Dios que acontecerá exactamente como se me ha dicho». (Hechos
27:25). Lo mismo contigo, tal vez querido lector. ¿Está tu pobre corazón
descansando en las promesas de Aquel que no puede mentir?
6. Nos beneficiamos de la Palabra cuando esperarnos con paciencia el
cumplimiento de las promesas de Dios. Dios prometió un hijo a Abraham,
pero esperó muchos años antes de cumplir la promesa. Simeón tenía la
promesa de que no vería la muerte hasta que hubiera visto al Señor
Jesucristo (Lucas 2:26), pero no lo vio hasta que tenía ya un pie en la tumba.
Hay con frecuencia un largo y duro invierno entre el período de la siembra de
la oración y la hora de la cosecha. El Señor Jesús mismo no ha recibido
todavía plena respuesta a la oración que hizo en el capítulo 17 de Juan, hace
de ello cerca de dos mil años. Muchas de las mejores promesas de Dios a su
pueblo no recibirán su pleno cumplimiento hasta que estemos en la gloria.
Aquel que tiene la eternidad a su disposición no necesita apresurarse. Dios
nos hace esperar con frecuencia para que pueda«perfeccionarse la obra de la
paciencia», con todo no desmayemos; «Aunque la visión está aún por
cumplirse a su tiempo, se apresura hacia el fin y no defraudará; aunque
tarde, espéralo, porque, sin duda, vendrá y no se retrasará» (Habacuc 2:3).
«Conforme a la fe murieron todos éstos sin haber recibido lo prometido, sino
mirándolo de lejos, y creyéndolo, y saludándolo, y confesando que eran
extranjeros y peregrinos en la tierra» (Hebreos 11:13). Aquí es abarcada la
obra entera de la fe: conocimiento, confianza trabando conocimiento con
amor. El «de lejos» se refiere a las cosas prometidas; aquellos que las
«vieron» en su mente, discernieron la sustancia detrás de la sombra,
descubriendo en ellas la sabiduría y la bondad de Dios. Estaban persuadidos;
no dudaban, sino que estaban seguros de participar en ellas y sabían que no
serían decepcionados. Las saludaban, las abrazaban, son expresiones que
muestran su deleite y veneración, el corazón que sé adhiere a ellas con amor
y cordialmente les saluda y se goza con ellas. Estas promesas fueron el
consuelo y descanso de sus almas en sus peregrinaciones, tentaciones y
sufrimientos.
El demorar la ejecución de las promesas por parte de Dios da lugar al
cumplimiento de varios objetivos. No sólo se pone a prueba la fe, de modo
que se da evidencia de su genuinidad; no sólo se desarrolla la paciencia, y se
da oportunidad para el ejercicio de la esperanza; sino que además se
fomenta la sujeción a la divina voluntad. «El proceso de deslinde y
separación no se ha realizado: todavía suspiramos y apetecernos cosas que
el Señor considera que ya tendríamos que haber dejado atrás. Abraham hizo
un gran banquete el día que fue destetado Isaac (Génesis 2l:8)-, y, quizá,
nuestro Padre celestial hará lo mismo con nosotros. Echate, corazón
orgulloso. Quita estos ídolos; olvida tus apetitos, y la paz prometida pasará a
ser tuya» (C. H. Spurgeon).
7. Nos beneficiamos de la Palabra cuando hacemos un uso apropiado de las
promesas. Primero, en nuestras relaciones con Dios mismo. Cuando nos
acercamos a su trono, debería ser para pedir una de sus promesas. Las
promesas han de ser no sólo el fundamento de nuestra fe sino también la
sustancia de nuestras peticiones. Debemos pedir según la voluntad de Dios si
El ,nos ha de escuchar, y su voluntad se nos revela en las cosas buenas que
El ha declarado que nos concederá. De modo que hemos de echar mano de
sus seguras promesas, presentárselas delante y decir: «Haz conforme a lo
que has dicho» (2ª Samuel 7:25). Observa cómo Jacob reclamó la promesa
en Génesis 32:12; Moisés en Éxodo 32: 13; David en el Salmo 119:58;
Salomón en 1 a Reyes 8:25; y tú, lector cristiano, haz lo mismo.
Segundo: en la vida que vivimos en el mundo. En Hebreos 11:13 no sólo
leemos de los patriarcas que disciernen, confían y abrazan las divinas
promesas, sino que se nos informa de los efectos que producen las promesas
en ellos: «y confesaron que eran extranjeros y peregrinos en la tierra», lo
que significa que hicieron pública confesión de su fe. Reconocieron que sus
intereses no estaban en las cosas de este mundo, y su conducta lo demostró;
tuvieron una porción que les satisfizo en las promesas que se apropiaron.
Sus corazones estaban puestos en las cosas de arriba; porque donde se halla
el corazón del hombre, allí se halla su tesoro también.
«Así que amados, puesto que tenemos estas promesas, limpiémonos de toda
contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor
de Dios» (2. Corintios 7: l); este es el efecto que producen en nosotros, y lo
producirán si la fe echa manos de ellas realmente. «Por medio de las cuales
nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a
ser participantes de la naturaleza divina; habiendo huido de la corrupción
que hay en el mundo a causa de la concupiscencia.» (2ª Pedro 1:4). Ahora,
el Evangelio y las preciosas promesas, siendo concedidas graciosamente y
aplicadas con poder, tienen una influencia en la pureza del corazón Y del
comportamiento, y enseñan al hombre a negar la impiedad y los deseos del
mundo y a vivir sobria, recta y piadosamente. Tales son los poderosos
efectos de las promesas del Evangelio baja la divina influencia, que nos
hacen, interiormente, participantes de la naturaleza divina y, exteriormente,
nos hacen posible abstenernos de las corrupciones y vicios prevalecientes en
nuestro tiempo y evitarlos.

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