Cap. 6 Las Escrituras y La Obediencia A. W. Pink

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Cap. 6
Las Escrituras y La Obediencia

Todos los cristianos profesos están de acuerdo, por lo menos en teoría, que
el deber de aquellos que llevan el nombre de Cristo es honrarle y glorificarle
en este mundo. Pero, hay grandes diferencias de opinión con respecto a la
manera de hacerlo, y a lo que se requiere para conseguirlo. Muchos suponen
que el honrar a Cristo simplemente significa unirse a alguna «iglesia», tomar
parte en las actividades de la misma y apoyarlas. Otros piensan que el
honrar a Cristo significa hablar de El a otros y dedicarse diligentemente a
hacer «obra personal». Otros parecen imaginarse que honrar a Cristo
significa poco más que hacer contribuciones generosas a su causa. Hay pocos
que se den cuenta que Cristo es honrado sólo cuando vivimos santamente en
El, y esto, andando en sujeción a su voluntad revelada. Pocos,
verdaderamente, creen las palabras: «El obedecer es mejor que los
sacrificios, y el prestar atención que la grosura de los carneros» (1ª Samuel
15:22). No somos cristianos si no nos hemos rendido plenamente a Jesús y
le hemos «recibido como Señor» (Colosenses 2:6). Quisiera que consideraras
esta afirmación con diligencia. Satán enseña a muchos hoy en día
haciéndoles creer que confían en Dios para salvación en la «obra
consumada» de Cristo, mientras que sus corazones permanecen sin cambiar
y el yo gobierna sus vidas. Escucha la Palabra de Dios: «Dios está de los
impíos la salvación, porque no buscan tus estatutos» (Salmo 119:155).
¿Buscas realmente sus estatutos? ¿Escudriñas con diligencia su Palabra para
descubrir lo que ordena? «El que dice: Yo he llegado a conocerle, y no
guarda sus mandamientos, es un mentiroso y la verdad no está en él» (1ª
Juan 2A). ¿Es posible decirlo de modo más claro?
«¿Por qué me llamáis Señor, Señor, y no hacéis las cosas que os mando? »
(Lucas 6:46). La obediencia al Señor en la vida, no meramente las palabras
placenteras de los labios, es lo que Cristo requiere. ¡Qué palabra más
solemne y qué advertencia más directa la de Santiago 1:221 «Sed hacedores
de la Palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos.»
Hay muchos «oidores» de la Palabra, oidores regulares, oidores reverentes,
oidores interesados; pero, ¡ay!, lo que oyen no está incorporado a su vida,
no regula sus caminos. Y Dios dice que los que no son hacedores de la
Palabra ¡se engañan a sí mismos!
Por desgracia, ¡cuántos hay en la Cristiandad así, hoy en día! No es que sean
verdaderos hipócritas, pero están engañados. Suponen que por el hecho de
ver tan claro que la salvación es por la gracia solamente, ya están salvos.
Suponen que por el hecho de que se hallan bajo el ministerio de un hombre
que «ha hecho de la Biblia un nuevo libro» para ellos, ya han crecido en la
gracia. Suponen que debido a que su almacén de conocimiento bíblico ha
aumentado, son más espirituales. Suponen que el mero escuchar a un siervo
de Dios o leer sus escritos, es alimentarse de la Palabra. ¡No hay tal! Nos
«alimentamos» de la Palabra solamente cuando nos apropiamos
personalmente, masticamos y asimilamos en nuestras vidas todo lo que
hemos oído o leído. Donde no hay una conformidad creciente del corazón y la
vida a la Palabra de Dios, este conocimiento incrementado sólo va a servir
para una mayor condenación. «Aquel siervo que conociendo la voluntad de
su señor, no se preparó, ni hizo conforme a su voluntad, recibirá muchos
azotes» (Lucas 12:47).
«Siempre están aprendiendo, y nunca pueden llegar al conocimiento pleno de
la verdad» (2ª Timoteo 3:7). Esta es una de las características prominentes
de los «tiempos peligrosos» en los cuales estamos viviendo ahora. La gente
escucha a un predicador después de otro, asiste a convenciones y más
convenciones, lee libro tras libro sobre temas bíblicos, y nunca alcanza un
conocimiento vital y práctico de la verdad, de modo que se produzca una
impresión de su poder y eficacia en sus almas. Hay algo que se llama
hidropesía espiritual, y las multitudes sufren de ella. Cuanto más oyen, más
quieren ír; beben los sermones y los mensajes ávidamente, pero sus vidas
no cambian. Están hinchados de conocimiento, pero no humillados al polvo
delante de Dios. La fe del elegido de Dios es «conocimiento pleno de la
verdad que es según la piedad» (Tito 1: l), pero a esta fe, la vasta mayoría
son totalmente extraños.
Dios nos ha dado su Palabra, no sólo con el objetivo de instruirnos, sino con
el propósito de dirigirnos: de hacemos conocer lo que El quiere que hagamos.
Lo primero que necesitamos es un conocimiento claro y distinto de nuestro
deber, y lo primero que Dios nos exige es una práctica concienzuda del
mismo, según nuestro conocimiento. «Oh hombre, te ha sido declarado lo
que es bueno, qué pide Jehová de ti: solamente hacer justicia, y amar la
misericordia, y caminar humildemente ante tu Dios» (Miqueas 6:8). «La
conclusión de todo el discurso oído es ésta: Teme a Dios, y guarda sus
mandamientos; porque esto es el todo del hombre.» (Eclesiastés 12:13). El
Señor Jesús afirmó lo mismo cuando dijo: «Vosotros sois mis amigos, si
hacéis las cosas que yo os mando» (Juan 15:14).
Un hombre se beneficia de la Palabra a medida que descubre lo que Dios le
exige; sus exigencias invariables, porque El no cambia. Es un grave error
suponer que, en esta dispensación presente, Dios ha rebajado sus exigencias,
porque esto implicaría por necesidad que sus exigencias previas eran duras e
injustas. ¡De ninguna manera! «La ley a la verdad es santa, y el
mandamiento santo, justo y bueno» (Romanos 7:12). El resumen de lo que
Dios exige es: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu
alma y con toda tu fuerza» (Deuteronomio 6:5); y el Señor Jesús repitió lo
mismo en Mateo 22:37. El apóstol Pablo volvió a decir lo mismo cuando
escribió: «Si alguno no ama al Señor Jesús, sea anatema» (1ª Corintios
16:22).
2. Un hombre se beneficia de la Palabra cuando descubre de qué modo tan
completo y entero ha fallado en llegar a la altura de las exigencias de Dios. Y
déjeseme indicar para cualquiera que pueda haber estado en desacuerdo con
el párrafo anterior de que ningún hombre puede ver cuán pecador es, ¡cuán
corto se ha quedado de llegar al Standard de Dios, hasta que ha tenido una
visión clara de las altas exigencias que Dios hace sobre él! En la misma
medida que los predicadores rebajan los Standard de lo 4ue Dios requiere del
ser humano, en la misma medida sus lectores obtendrán un concepto falso e
inadecuado de su pecaminosidad, y tanto menos se darán cuenta de su
necesidad de un Salvador todopoderoso. Pero, una vez el alma ha percibido
realmente cuáles son las exigencias que Dios le hace, de qué modo tan
completo y constante ha fallado en rendirle lo que es suyo, entonces
reconoce en qué desesperada situación se encuentra. La ley debe ser
predicada antes de que nadie esté preparado para el Evangelio.
3. Una persona se beneficia de la Palabra cuando ésta le enseña que Dios, en
su gracia infinita, ha provisto para que su pueblo pueda satisfacer, lo que El
nos exige. Sobre este punto, también, gran parte de la predicación de hoy
día es seriamente defectuosa. Se predica lo que puede decirse más o menos
una «mitad del Evangelio», pero que en realidad es virtualmente una
negación del verdadero Evangelio. Cristo entra en el cuadro, pero sólo como
una especie de contrapeso. Es una verdad bendita que Dios ha llenado las
exigencias de Dios en lugar de todos aquellos que creen en El, pero esto es
sólo parte de la verdad. El Señor Jesús no sólo ha satisfecho de modo vicario
los requerimientos de la justicia de por su pueblo, sino que también nos ha
dado garantías que los suyos los satisfarán ellos mismos personalmente.
Cristo ha procurado el Espíritu Santo para que obre en ellos lo que el
Redentor obró por ellos.
El milagro grande y glorioso de la salvación es que los salvos son
regenerados. En ellos tiene lugar una obra transformadora. Su conocimiento
es iluminado, su corazón es cambiado, su voluntad es renovada. Son hechos
« nuevas criaturas en Cristo Jesús» (2ª Corintios 5:17). Dios se refiere a este
milagro de gracia de la siguiente manera: «Pondré mis leyes en su mente, y
las escribiré en su corazón» (Hebreos 8:10). El corazón ahora está inclinado
hacia la ley de Dios: se le ha comunicado una disposición que responde a las
exigencias de la ley; hay el sincero deseo de guardarla. De esta manera el
alma vivificada puede decir: «Cuando dices: Buscad mi rostro, mi corazón
responde: Tu rostro buscaré, oh Jehová» (Salmo 27:8).
Cristo observó no sólo una perfecta obediencia de la ley para la justificación
de su pueblo que cree, sino que también ganó para ellos la provisión de su
Espíritu, que era esencial para su santificación, y que era lo único que podía
transformar a las criaturas carnales y hacerles posible el rendir obediencia
aceptable a Dios. Aunque Cristo murió por los «impíos» (Romanos 5:6),
aunque encuentra a los impíos (Romanos 4:5) cuando los justifica, sin
embargo no los deja en su abominable estado. Al contrario, de un modo
efectivo les enseña, por Su Espíritu a negar la impiedad y los deseos carnales
(Tito 2:12). De la misma manera que el peso no se puede separar de una
piedra, o el calor del fuego, tampoco se puede separar la justificación de la
santificación.
Cuando Dios perdona realmente a un pecador en el tribunal de su conciencia,
bajo el sentido de esta gracia asombrosa el corazón es purificado, la vida es
rectificada, y el hombre entero es santificado. Cristo «se dio a sí mismo por
nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo de su
propiedad, celoso de buenas obras» (Tito 2:14). De la misma manera que la
sustancia y sus propiedades, causas y efectos necesarios están
inseparablemente conectados, también lo están una fe salvadora y una
obediencia concienzuda a Dios. De aquí que leemos de la -«obediencia de la
fe» (Romanos 16:26).
Dijo el Señor Jesús: «El que tiene mis mandamientos y los guarda, éste es el
que me ama» (Juan 14:21). Ni en el Antiguo Testamento, ni en los
Evangelios ni en las Epístolas admite Dios que acepta el amor de nadie que
no guarda sus mandamientos. El amor es algo más que un sentimiento o una
emoción; es un principio de acción, y se expresa en algo más que
expresiones dulzainas, es decir, requiere actos que agraden al objeto amado.
«Porque éste es el amor de Dios, que guardemos sus mandamientos » (1ª
Juan 5: 3). Oh, lector, te engañas si crees que amas a Dios y no tienes un
deseo profundo y no haces un esfuerzo real para andar en obediencia delante
de El.
Pero, ¿qué es la obediencia a Dios? Es más que la ejecución mecánica de
ciertos deberes. Puede que’ uno haya sido criado por padres cristianos, y
bajo ellos haya adquirido ciertos hábitos morales, y sin embargo, el que uno
se abstenga de tomar el nombre del Señor en vano, y el ser inocente de
robar, no significa que obedezca el tercer y el octavo mandamiento. Otra vez,
la obediencia a Dios es mucho más que el actuar conforme a la conducta de
su pueblo. Puedo ser huésped de una casa en la cual se observa
estrictamente el día del Señor, y por respeto a ellos, o porque yo creo que es
bueno y prudente descansar un día a la semana, me abstengo de trabajar en
este día, y sin embargo ¡no estoy guardando el cuarto mandamiento! La
obediencia no es sólo la sujeción a la ley externa, sino el rendir la voluntad a
la voluntad de otro. Así, pues, la obediencia a Dios es el reconocimiento en el
corazón de su soberanía; de su derecho a ordenar y mi deber de cumplir. Es
la completa sujeción del alma al bendito yugo de Cristo.
Esta obediencia que Dios requiere puede proceder sólo de un corazón que
ama a Dios. «Todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor»
(Colosenses 3:23). La obediencia que procede del deseo de obtener favores
de Dios es egoísta y carnal. Pero, la obediencia espiritual y aceptable es dada
con agrado: es la respuesta espontánea del corazón y la gratitud por el
cuidado y amor de Dios por nosotros que son inmerecidos.
4. Nos beneficiamos de la Palabra cuando no sólo vemos como un deber el
obedecer a Dios, sino que en nosotros es obrado amor para sus
mandamientos... «Bienaventurado el varón... que en la ley de Jehová tiene
su delicia y en su ley medita de día y de noche» (Salmo 1:1,2). Otra vez
leemos: «Bienaventurado el hombre que teme a Jehová, y en sus
mandamientos se deleita en gran manera» (Salmo 112:1). Es una verdadera
prueba para el corazón el encararse sinceramente con estas preguntas: ¿Doy
realmente tanta importancia a sus «mandamientos» como a sus promesas?
¿No debería ser así? Sin duda, porque tanto los unos como los otros
proceden de su amor. El cumplimiento en el corazón de la voz de Cristo es el
fundamento de toda la santidad práctica.
Aquí quisiéramos de nuevo pedir al lector que con amor y sinceridad se fije
bien en este punto. Todo hombre que cree que es salvo y que no tiene amor
genuino a los mandamientos de Dios se está engañando. Dijo el salmista
«¡Cuánto amo yo tu ley!» (Salmo 119:97). Y también: «Por eso amo yo tus
mandamientos. Más que el oro; más que el oro muy fino» (Salmo 119:127).
Si alguien objetara que esto era bajo el Antiguo Testamento, preguntamos:
¿Suponéis que el Espíritu Santo produce menos cambio en los corazones de
aquellos que son regenerados ahora que antaño? Pero un santo del Nuevo
Testamento nos ha dejado su testimonio también: «Me deleito en la ley de
Dios según el hombre interior» (Romanos 7: 22). Y, querido lector, a menos
que tu corazón se deleite en la «ley de Dios», hay algo que va, mal en ti; sí,
es de temer que estés muerto espiritualmente.
5. Un hombre se beneficia de la Palabra cuando su corazón y su voluntad se
han entregado a todo los mandamientos de Dios. La obediencia parcial no es
ninguna obediencia. Una mente santa renuncia a todo lo que Dios prohíbe, y
escoge y practica todo lo que Dios requiere, sin ninguna excepción. Si
nuestra mente no se somete a Dios en todos sus mandamientos, no nos
sometemos a su autoridad en nada de lo que nos manda. Si no aprobamos
nuestro deber en toda su extensión, estamos muy equivocados si nos
imaginamos que nos gusta alguna parte de ellos. Una persona que no tiene
principio de santidad en él, puede no sentirse inclinada a muchos vicios y
sentirse atraída a practicar muchas virtudes, porque percibe que los primeros
son acciones inapropiadas, y las últimas son, en sí, acciones hermosas, pero
la desaprobación del vicio y aprobación de la virtud no proceden de la
disposición de someterse a la voluntad de Dios.
La verdadera obediencia espiritual es imparcial. Un corazón renovado no
escoge entre los mandamientos de Dios: el hombre que lo hace no ejecuta la
voluntad de Dios, sino la propia. No nos hagamos ilusiones sobre este punto;
si no deseamos sinceramente agradar a Dios en todas las cosas, no
queremos agradarle verdaderamente en ninguna. El yo debe ser negado; no
meramente algunas de las cosas que quiere, ¡sino el vo en sí! La indulgencia
voluntaria de algún pecado conocido quebranta toda la ley (Santiago
2:10,11). «Entonces no sería yo avergonzado, cuando considerase tus
mandamientos (Salmo 119:16). Dijo el Señor Jesús: «Vosotros sois mis
amigos, si hacéis todas las cosas que yo os mando» (Juan15:14): si no soy
su amigo, entonces he de ser su enemigo, puesto que no hay otra alternativa
según Lucas 19:27.
6. Nos beneficiamos de la Palabra, cuando el alma es encaminada a orar
fervorosamente pidiendo gracia para poder obrar. En la regeneración, el
Espíritu Santo comunica una naturaleza adecuada para la obediencia a la
Palabra. El corazón ha sido ganado por Dios. Hay ahora un deseo profundo y
sincero de agradar a Dios. Pero, la nueva naturaleza no posee ningún poder
inherente, y la vieja naturaleza o «carne» lucha contra ella, y el diablo se
opone. Por ello el cristiano exclama: « Porque el querer el bien lo ~ tengo a
mi alcance, pero no el hacerlo» (Romanos 7:18). Esto no significa que es un
esclavo del pecado, como era antes de la conversión; pero, significa que, no
encuentra cómo realizar plenamente sus aspiraciones espirituales. Por ello
ora: «Guíame por la senda de tus mandamientos, porque en ella tengo mi
complacencia» (Salmo 119:35). Y otra vez: «Afianza mis pasos con tu
palabra, y ninguna iniquidad se enseñoree de mí» (Salmo 119:133).
Aquí contestaremos a una pregunta que las afirmaciones anteriores ha
sugerido en algunas mentes: ¿Se afirma aquí que Dios requiere obediencia
perfecta por nuestra parte en esta vida? Contestamos: ¡Sí! Dios no establece
Standard más bajos delante de nosotros que éste (ver 1ª Pedro 1: 15).
Entonces, ¿alcanza estos Standard el cristiano? ¡Sí y no! Sí, en el corazón, y
es al corazón que Dios mira (1ª Samuel 16:7). En su corazón, toda persona
regenerada que tiene amor verdadero a los mandamientos de Dios y desea,
de modo genuino, conservarlos completamente. Es en este sentido, y sólo en
éste, que el cristiano es experimentalmente «perfecto». La palabra
«perfecto», tanto en el Antiguo Testamento (Job 1:1 y Salmo 37:37) y en el
Nuevo Testamento (Filipenses 3:15), significa «recto», «sincero», en
contraste con «hipócrita».
«El deseo de los humildes escuchas, oh Jehová; Tú confortas su corazón, y
tienes atento tu oído» (Salvo 10: 17). Los «deseos» del santo son el lenguaje
del alma, y la promesa es: «El cumplir el deseo de los que le temen» (Salmo
145:19). El deseo del cristiano es obedecer a Dios en todas las cosas, para
ser conformado a la imagen de Cristo. Pero, esta voluntad sólo puede ser
realizada en la resurrección. Entretanto, Dios, por la gracia de Cristo, acepta
la voluntad por el hecho (1ª Pedro 2:5). El conoce nuestro corazón y ve en
su hijo un amor genuino a sus mandamientos y un deseo sincero de
cumplirlos, y acepta el ferviente deseo y el cordial esfuerzo en lugar de la
ejecución precisa (2ª Corintios 8:12). Pero que nadie que viva en
desobediencia voluntaria saque una falsa paz y pervierta para su propia
destrucción lo que ha sido dicho para el consuelo de aquellos que desean de
todo corazón agradar a Dios en todos los detalles de sus vidas.
Si alguien pregunta: ¿Cómo puedo saber si mis «deseos» son realmente los
que corresponden a una alma regenerada?, contestaremos: La gracia
salvadora es la comunicación al corazón de una. disposición habitual para
actos santificados. Los «deseos» del lector deben ser probados así: ¿Son
sinceros y fervientes de manera que realmente «aspiras a la justicia» (Mateo
5:6) y «suspiras por Dios» (Salmo 42:l)? ¿Son operantes y eficaces? Muchos
desean escapar del infierno; sin embargo, sus deseos no son bastante
fuertes para llevarlos a odiar lo que inevitablemente les llevará al infierno, es
decir la voluntad de pecar contra Dios. No aborreciéndolo, tampoco se
apartan de ello. Muchos desean ir al cielo, pero no de tal forma que entren
por la puerta estrecha y sigan «el camino estrecho» que conduce allí * Los
verdaderos «deseos» espirituales usan los medios de gracia y no se ahorran
esfuerzo para ponerlos por obra, y continuamente y en oración siguen
adelante hacia el blanco que tienen delante.
7. Nos beneficiamos de la Palabra cuando, incluso ahora, disfrutamos del
premio de la obediencia. «La piedad para todo aprovecha» (1.a Timoteo 4:8).
Por medio de la obediencia purificamos nuestras almas (1.a Pedro 1:21). Por
medio de la obediencia conseguimos que Dios nos escuche (La Juan 3:22),
de la misma manera que la desobediencia es una barrera a nuestras
oraciones Isaías 59:2; Jeremías: 5:25). Por medio de la obediencia
obtenemos manifestaciones preciosas e íntimas de Jesucristo para el alma
(Juan 14:21). Cuando andamos por el camino de la sabiduría (la completa
sumisión a Dios) descubrimos que «sus caminos son caminos deleitosos, y
todas sus veredas, paz» (Proverbios 3:17). «Sus mandamientos no son
gravosos» (1.a Juan 5:3), y «en guardarlos hay gran galardón» (Salmo 19:
11).

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